por Mariposa Reciclada
Siempre he pensado que el exceso de realidad es perjudicial para la salud. Que, como todo en la vida, debemos buscar el punto medio; por eso existen formas para evadirse como las drogas o el arte ¿Quién puede sobrevivir a esta realidad sin una buena banda sonora o un buen libro? Aunque pueden volverse adictivas, como fue mi caso durante la adolescencia cuando tenía a mi disposición cientos de libros y podía pasar semanas enteras sin salir de mi cuarto, salvo para ir al baño o a comer.
En ese entonces los libros me salvaban de la soledad que sentía por no poder caminar por mis propios medios limitándome esto además mis opciones para socializar con mis pares y haciendo que poco a poco me volviera adicta a los libros hasta que un día llegó a mi vida "La Motico", como la bautizaron mis familiares dada mi resistencia a asumir que estaba en una silla de ruedas. La Motico me abrió las puertas a muchos espacios que me permitieron vivir experiencias como ir de rumba, tener amigos, mi primer beso, mi primer novio y la posibilidad de perderme en la ciudad.
La experiencia de transitar por la ciudad en La Motico es un tanto retadora: para ejemplificar mejor mi punto contaré el trayecto que hice hace dos semanas desde mi casa en la carrera 2 con Calle 4 Este hasta la biblioteca Manuel María Aya Diaz; pero antes, debo presentar a La Motica: es una silla de ruedas tipo Scooter cuya altura desde el suelo hasta la base no supera los 15 centímetros; de largo mide un metro y, de ancho 60 centímetros aproximadamente; tiene cuatro llantas pequeñas y un motor de baja potencia por lo que no es apta para subidas largas ni terrenos irregulares. Con esta información, empecemos el recorrido…
Las dos primeras cuadras bajando desde mi casa están parcialmente pavimentadas, y mi mayor reto aquí fue esquivar las heces fecales que dejan las mascotas de mis vecinos, luego giré a la altura de la cancha sintética por donde saludé a una viejita en silla de ruedas que siempre se encuentra en la puerta de su casa y me saluda con la mano..
Al llegar a la Calle 5 seguí bajando y me encontré con tres reductores de velocidad de concreto que están rotos -uno en cada cuadra-, por lo que sentí que La Motico me dijo <<no puedo>>: El primer reductor decidí pasarlo con todo el impulso por la parte más bajita que vi, por fortuna está lo suficientemente desgastado como para que La Motico pudiera subir y bajar saltando un poco perjudicando-como siempre- mi espalda: <<debo ponerle amortiguadores>>. Una cuadra más adelante nos encontramos con el segundo reductor, este está partido a la mitad-pero a lo largo-, por lo que en plena subida cae como un escalón de la carretera: La Motico me subió pero se quedó estancada porque ni las ruedas de adelante ni las de atrás estaban tocando el suelo. Mire a mi alrededor y no había nadie hasta que de pronto por la esquina cruzó un vecino que me vió:
— ¿ necesita ayuda? — Preguntó.
— Sí — respondí
y rápidamente empujó La Motico para que sus llantas traseras la impulsaran: Saltamos según yo, como Vin Diesel en Rápidos y Furiosos.
El tercer reductor que estaba una cuadra más adelante, lo pasamos sin mayor contratiempo pues está casi destruido.
¿En serio se necesitan tres reductores de velocidad tan seguidos? y de ser así, ¿Qué objeto tienen si están en ese estado? Al llegar a la Carrera segunda giré nuevamente hasta llegar a la Calle 12, en el trayecto me fije en la cantidad de restaurantes y negocios de comida rápida que había, me imaginé cómo debían verse en la noche con las fachadas iluminadas, pensé: <<deben verse bonitos>>, bajé por la Calle 12, vi el parque, la casona Coburgo y el suelo alrededor tapizado de hojas humedecidas por una incipiente lluvia como de un “espanta flojos”, llegamos a la Carrera 6 y el reto aquí fue cruzarla, miré a ambos lados y avancé hasta la mitad esperando hasta que pasara la buseta que ya se veía muy cerca. Después de ella cruzamos y por primera vez durante el recorrido pudimos subirnos al andén hasta el Coliseo de Deportes Carlos Lleras Restrepo IDERF, ya que al voltear en dirección a la Fiscalía la única rampa que había estaba bloqueada por un contenedor de basuras y bolsas que lo rodeaban. Al llegar a la Fiscalía pensé “¡ya casi llegamos!”, pero tuvimos que entrar por el Sena porque la biblioteca no tiene entrada para La Motico, esto podría parecer la “vuelta del bobo”, pero lo tome como pretexto para disfrutar del paisaje que ofrece la casa La Tulipana y sus jardines alrededor. Cuando por fin llegamos, la celadora nos dijo que la biblioteca se encontraba cerrada.
Así pues, en mi objetivo por buscar mi recurso favorito para evadirme de la realidad-un libro-hice el ejercicio contrario de estar muy presente durante todo el recorrido de más de media hora para responder a los retos que nos plantea la ciudad a La Motico y a mí, en los que ya no estoy sola porque hay una comunidad entera que me rodea con la que puedo interactuar.