La florista
La florista
Ella muchas veces se sentía extraña. Una urgencia apremiante a manera de hueco en su estómago.
Todo a su alrededor se le hacía más brillante. Más cálidas las sonrisas de sus compañeros; más sonoras las carcajadas de sus amigas; el aire más ligero con ese leve perfume de rosas recién cortadas, que llegaban a sus manos una y otra vez para ser acariciadas suavemente, no fuera ser que sus pétalos sufrieran daño; repasándolos con sus dedos que, como piel de niña, despierta en ella aquello que aún no ha podido definir. Una desazón invade todo su ser; por las noches le cuesta conciliar el sueño. Sus sueños, a los que califica de pesadillas, están llenos de figuras grotescas que, con sus muecas, parecen darle un mensaje indescifrable y que ella en su ignorancia no puede interpretar como si de un jeroglífico se tratara. Se siente habitada por un ser extraño que a veces la lleva a un frenesí que le quita por momentos el aliento, un ahogo, un dolor atenaza su corazón.
Pero, aun así, siente que camina entre nubes de algodón, como si se desplazara con el viento, como si sus pasos y sus pies tuvieran la levedad de la brisa mañanera. Su entorno se ha convertido extrañamente en un remolino de emociones que, algunas veces, la trasladan a atmósferas de perfumes desconocidos que no puede, en su ceguera, definir. Ellos traen a su mente recuerdos olvidados, dejados en el fondo rutinario de la vida. Recuerdos de aquél que hace mucho se alejara.
Un día, aún envuelta en el capullo que ella misma fabricara, unos sonidos, unas risas contenidas, unos pequeños jadeos, que en grito herido se convirtieron, sintió la devolvían a la realidad, que la mariposa abría sus alas, que volaba locamente en vuelos ignorados, desplegando sus bellos colores al tibio contacto con el sol, esparciendo aromas conocidos, que en su entorno los rosales emanaban en su afán de ser reconocidos por la florista que los lanzó al olvido. Quería ignorar la liviandad, la dejadez que las feromonas guardaban en su entraña, muchas veces la llevaban al cielo de la mano de aquel que la sumergía en una loca danza de placeres deseados; el que murmuraba a su oído frases llenas de anhelos contenidos, penetrando su cuerpo en cavernas de locura en bosques encantados y cimeros; mojando sus labios con la savia de la piel de su amante; bebiendo con avidez del río embravecido de dos cuerpos entrelazados, que rugiendo en el loco remolino de sus aguas, lentamente vuelven a su estado de quietud y placidez, corriendo nuevamente con suavidad y lisura desplazando con laxitud el otrora incontrolable frenesí de sus deseos.
Ilustraciones cortesía de @brandon_dibuja
La realidad nuevamente golpea su corazón.
Dejándola huérfana de los brazos,
Que otrora cobijaran su cuerpo perfumado,
Abandonado en los surcos de rosas coloridas,
Y sembrados de feromonas al aire esparcidas.
Por Yolanda López Arciniegas