Fin
Fin
Observo desde la comodidad de mi silla cada rincón de la habitación. Las paredes, maltratadas por las veces que he reacomodado la cama, me hacen pensar que tal vez mi vida también podría cambiar. La mancha de esmalte azul lleva dos meses en el suelo; ¡está seca! Pero sigue allí, recordándome el día en que él se fue, recordándome que llevo dos meses abrazando la almohada, pues solo así logro conciliar el sueño. La he lavado más de cinco veces y, aun así, sigo percibiendo el olor a una mezcla de lágrimas e imitación barata de Hugo Boss. Esa noche, él la sostuvo en sus manos y la presionó contra mi rostro hasta que el aire se iba agotando poco a poco.
¿Qué lo detuvo? Aún no lo sé: ¿su conciencia, su corazón, o el sonido del esmalte estrellándose contra el suelo? ¡Se detuvo! Y con él, mi corazón; desde entonces no lo siento latir. Es una pesadilla que se revive cada vez que despierto abrazada a esa almohada.
Observo, desde la comodidad de mi silla, cada rincón de la habitación y solo deseo reacomodar la cama nuevamente, con la esperanza de que esta vez la vida se reacomode con ello.
Por Sol Ortiz