Editorial

Prendiendo el Fogón

por Guepardo Jiménez

Desde el amanecer de la historia humana, nos hemos caracterizado por ser animales insatisfechos. No nos bastó con haber desarrollado el lenguaje en compañía del fuego, mientras parchábamos con amigos y seres queridos tras concluir un desafiante día de caza. Aquel ideal de progreso parecía un pequeño punto negro en el filo del horizonte, donde nos comunicábamos mediante señas, gestos y sonidos arcaicos, como gruñidos y silbidos. El lenguaje no cayó del cielo; lo moldeamos a través de nuestras interacciones y relaciones sociales, convirtiéndolo en la herramienta que nos permite transmitir ideas, emociones y pensamientos complejos.

Ahora podíamos comunicar ideas; sin embargo, era imperativo registrarlas y asegurar su permanencia en la historia. Nuestro insaciable apetito por crear, la necesidad de conservar experiencias e ideas, y la evolución del pensamiento humano nos llevaron a inventar un mecanismo que nos permite expresar gráficamente nuestros pensamientos y salvarlos del olvido, heredándolos a las futuras generaciones. Ese invento es la escritura, cuyo primer registro se remonta a los años 3100 a 3000 a.C., con los pictogramas del Antiguo Egipto y la escritura cuneiforme de los sumerios en tablillas de barro.

La invención de la escritura no se atribuye a una sola sociedad; la humanidad en su conjunto contribuyó a su evolución y consolidación como uno de los hitos más importantes de la civilización. Uno de esos hitos fue el desarrollo del papel de arroz en la antigua China, que eliminó barreras en la transmisión de información y conocimiento, impulsando el avance de la educación, el comercio, el arte y la cultura.

La escritura fue fundamental para preservar experiencias e ideas valiosas. Así, el arte y la cultura se convirtieron en lienzos donde expresar visual y simbólicamente esas mismas experiencias, inspirando a las futuras generaciones a desarrollar nuevas formas de expresión. El arte, definido por Ernst Gombrich como “un fantasma y un ídolo”, es un fantasma porque es difícil de definir con precisión, ya que varía según el contexto histórico, la cultura y el proceso individual; y un ídolo por su capacidad de generar sentimientos de reverencia y contemplación. Por su parte, Guillermo Bonfil define la cultura como un sistema que abarca diversos elementos culturales, materiales, organizativos, simbólicos y emotivos.

La ambición infinita del ser humano lo llevó a diseñar diminutas galaxias, donde los planetas son letras y el núcleo, ideas que evocan reverencia y contemplación, cultivando las mentes de los argonautas que se atreven a explorar los elementos culturales que allí se exponen. Un ejemplo de estas pequeñas galaxias es la “Nueva Revista Francesa”, fundada en 1909 y considerada la revista literaria más importante de la primera mitad del siglo XX en Occidente. Era un espacio donde no había cabida para el prejuicio y el aislamiento. El crítico literario Christopher Dominguez Michael afirma que allí se daba voz a diversas tendencias políticas y religiosas, creando espacios de conversación e intensos debates ideológicos entre figuras como Paul Claudel, escritor católico; André Gide, escritor protestante; y Paul Valéry, escritor agnóstico, ateo y nacionalista. En esta revista se podían encontrar perspectivas sobre novela, teatro, crítica y poesía, todas guiadas por una premisa fundamental: la crítica libre, amplia y profunda.

En el Cono Sur, encontramos la revista “Sur”, cuyo apogeo se sitúa entre las décadas de 1930 y 1960. Por sus páginas pasaron escritores como Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Octavio Paz, Ernesto Sabato y Gabriel García Márquez, entre otros. Su identidad fue ambigua, enfrentando ataques tanto de la derecha nacionalista como de la izquierda, y en sus páginas se expusieron ideas de ambos espectros políticos. Se destacó por difundir la mejor literatura extranjera de la época y por dar voz a mujeres latinoamericanas, permitiéndoles debatir sobre los problemas sociales de Argentina y el mundo, todo bajo la tutela de su fundadora y principal financiadora, Victoria Ocampo.

En Colombia, encontramos revistas emblemáticas como “Arcadia” y “Artificio”, que hoy están clausuradas, así como “Huellas”, “El Mal Pensante”, “Rabo de Ají” y “Universo Centro”, medios alternativos que se resisten a caer en el abismo del olvido. Sin embargo, no se puede olvidar el papel de la censura. En este contexto, destaca “Arcadia”, fundada en 2005 por Marianne Ponsford, cuyo principal objetivo era abordar temas nacionales e internacionales en el ámbito del periodismo cultural. “Arcadia” promovía un espacio de diálogo y debate entre diversas ideologías, con análisis profundos sobre el significado de eventos culturales y discusiones que desafiaban el status quo, apostando por la cultura independiente y la innovación.

Esto cambió en 2020, cuando la razón social de su editorial se transformó. Marianne Ponsford declaró en “La Liga Contra el Silencio” que “Arcadia” no moría por razones financieras, sino por censura, obligando a prescindir de empleados que no se alineaban con la nueva ideología de la editorial “Semana”. Sin embargo, más allá de un discurso fatalista y pesimista, se invita a la comunidad colombiana a liderar nuevos proyectos enfocados en el periodismo cultural, defendiendo la libertad de expresión y afirmando que el cierre de “Arcadia” ha dejado un gran vacío.

Es en este contexto que emerge “La Paila”. No pretendemos ser la nueva “Arcadia” ni monopolizar este espacio. Nos situamos como un punto de referencia que motive la formación de proyectos similares a nivel local, departamental y nacional. “La Paila” se compone de una pluralidad de voces, ideologías y posturas; sus miembros son defensores del artículo 20 de la Constitución Política que garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, así como de recibir información veraz e imparcial.

Al igual que la “Nueva Revista Francesa”, abogamos por un espacio donde no haya cabida para el prejuicio y el aislamiento, independientemente del espectro político o ideológico. Esperamos que al leer nuestra revista, exclames: “¡Qué buena revista!, variada y, a la vez, estable; consecuente, parecida a sí misma; seria, pero no tediosa; ágil, pero no superficial”, tal como lo expresaba José Bianco, exsecretario de redacción de “Sur”, al terminar de leer cada noche los tomos de esta obra colectiva.

Deseamos que nuestros lectores perciban a “La Paila” como su propia voz. Ustedes son los pulmones de este proyecto. El boca a boca será el oxígeno que nos permita publicar nuevos números. Como lectores, contribuyen a consolidar un espacio que respeta y promueve el pensamiento crítico, la cultura y la libertad de expresión.