Hoy es mi último día recorriendo este lugar;
me despido de lo que altera mi tranquilidad.
Digo adiós a lo que deseo hacer por última vez,
dejando solo un ínfimo eco de lo que fue.
No hace mucho, fui feliz transitando estas calles;
sus jardines rebosantes de girasoles eran mi refugio,
proyectando mis sueños en sus pétalos dorados.
No existían dudas; era un sentimiento genuino.
Ahora, mientras contemplo el horizonte con melancolía,
acepto que debo pintar mi futuro en otro lienzo.
Dejo atrás las ansias de venganza
y las ilusiones de un karma que nunca llegó.
Si un desastre natural destruyera todo,
no sería un retroceso en el tiempo
que borrara el daño infligido
ni el olvido definitivo de las heridas amargas.
Me despido de los grafitis que adornan las fachadas,
esos que susurraban tiernos sentimientos,
mensajes de compañerismo y empatía,
que, desafortunadamente, eran solo una ilusión, una fachada.
Me alejo del dolor que causa recordar su ambigüedad;
debí escuchar mi intuición y los consejos de mis seres queridos.
No creas en un mensaje de amor
pintado en los muros de un motel;
un día, esas palabras fueron mías,
y al siguiente se ahogaban entre sábanas ajenas.
Me despido de las fiestas que antes celebraba,
cuyos recuerdos ahora son ecos amargos,
perdidos entre la frontera de la felicidad
y un secreto desprecio,
de ahí su nombre: "villa del desdén".
Dejo atrás los atardeceres de libido engañoso;
cuyos ocasos eran apagados y sin gracia,
pero que, en secreto, nublaban
la figura de Afrodita.
Queda atrás una calma ficticia;
días enteros de tortura psicológica,
creyendo que no era suficiente
para este lugar de altos estándares.
Todo este espacio era como sus jardines;
ansiosos por recibir nuevas semillas,
pero, una vez germinadas,
eran guardadas celosamente.
No había reciprocidad; era un amor unilateral.
Y como lo esencial es el ahora,
digo adiós a las noches en vela,
rememorando la verdadera naturaleza de este lugar,
de principios endebles y frágiles.
Prometo dejar de ser mi propio verdugo;
quien se juzga a sí mismo
por la falta de amor propio y
por no haber abandonado este lugar a tiempo.
En un cesto de basura, desecho mis miedos;
queda atrás el pánico y la ansiedad
por esos elefantes blancos
que ocasionalmente visitan este lugar.
Sus colores vibrantes y patrones hipnóticos
marchitaron y nublaron la esencia de este espacio.
Un mundo que prometía mucho
y hoy se ahoga en las aguas de lo pretencioso.
Digo adiós al pasado, presente y futuro,
me encamino a explorar nuevos mundos y horizontes.
El camino continúa; este no es el fin.
Hay vida más allá de este lugar.
por Guepardo Jiménez