por Gabriel Candelo
Empezaba el quinto de primaria y entre los libros de texto de ese año hubo uno que fue crucial para mí: Español sin fronteras 5. Su carátula era roja con letras amarillas y relumbrantes como un sol. En el centro, aparecía un pórtico con columnas de estilo dórico, o jónico, o quizás corintio, no lo recuerdo. El hecho es que para mí fue como la puerta de inmersión al mundo de los cuentos. Entre sus páginas, me topé de primeras con "Los dos reyes y los dos laberintos", de Jorge Luís Borges. Y esa historia seminal, fue la caja de pandora que abrió para mí un universo de vastas lecturas, espejos, laberintos y bibliotecas infinitas. Más adelante encontré a los Quiroga, los Cortázar, a Gabo y toda su banda del boom. Con ellos, me desteté de la tradición oral de mis abuelos y sus historias de espectros y apariciones en las selvas de la Costa Pacífica Colombiana. Ese libro marcó un hito en mi vida: ahora yo mismo me leía cuentos.
Nota: Caperucita Roja, Hansel y Gretel y Los Tres Cerditos, son cuentos de hadas y el último una fábula. Aquí me ocuparé solo del cuento literario.
El genio de Baltimore
“El papá de los pollitos" fue Edgar Allan Poe. No solo por su obra sino también por sus reflexiones teóricas sobre el género. Poe, en calidad de crítico literario, teorizó acerca de lo que para él debía ser un cuento moderno. En su Filosofía de la Composición habló de "la unidad de efecto" y de la extensión de los cuentos. Según él, un cuento debe leerse de una sola sentada, en un tiempo que debería oscilar entre media y dos horas y su extensión abarcar entre 1000 y 2000 palabras. Todo en él debe concurrir a provocar un efecto en el lector, lo que no cumpla con ese cometido debe ser eliminado del texto. Además, el escritor debería conocer el final antes de acometer su escritura para que todos los elementos concurran a dicho fin y no sobre ni una sola palabra. Parafraseando el Principio del Arma de Chéjov: “Si en el primer acto has colgado una pistola en la pared, en el siguiente acto debes dispararla. De lo contrario no la coloques allí.". Así debe escribirse un cuento, sin prodigar elementos gratuitos que no sumen al todo narrativo.
El arte del ocultamiento
Los cuentos se enfocan en un hecho único y no necesitan de un gran reparto de personajes. Lo importante es el argumento y un eje de tensión permanente. Casi siempre concentran la narración en un punto tan minúsculo como la punta de un iceberg. Y este ejemplo no es aleatorio, se lo debemos a otro maestro del género: Ernest Hemingway, quien decía que un buen cuento debe mostrar/contar apenas lo esencial y dejar que el lector infiriera el resto: como un juego donde yo sugiero algo y tú descubres mi secreto. Y allí precisamente radica su encanto; porque, a diferencia de la novela, que se explaya y todo lo revela, el cuento insinúa, sugiere, calla cuando dice y con solo un gesto (un simple entornar de cejas) le confiere al lector la posibilidad de completar el relato: decidir qué pasó antes y qué después de la última línea que nos muestra. Yo mismo soy un cuentista en ciernes y este juego es precisamente lo que más me atrae del género.
Los cuentos en el Siglo XXI
En su obra Por qué contar cuentos en el siglo XXI (2021), el escritor chileno Andrés Montero nos ilustra que en un mundo digital e inmediatista, estamos acostumbrados a que lo urgente desplace a lo importante y que ante el bombardeo de los medios digitales y los estímulos visuales, los cuentos (se refiere a las narraciones orales y por escrito) cumplen la función de conectar a las personas y de brindarles herramientas educativas que enseñan desde valores, hasta habilidades sociales; estimulan la imaginación y la creatividad; abordan temas complejos como las enfermedades, la muerte, la discriminación y la justicia social. Y lo que considero la Piedra Angular de todo el proceso: tejen una sinergía Narrador - Lector a modo de vínculo emocional para alcanzar la efectividad.
Así pues, lo invito a que se lea un cuento, no es algo urgente, pero sí muy importante.