por Victoria Patiño
Soy Alfons Meyer, Nací en Wittemberg Alemania, el 9 de julio de 1936. Cuando contaba con 6 años de edad, el gobierno exigió a mis padres conducirme a una escuela internado en donde sería educado para formar parte de las Juventudes Hitlerianas. Un año después se me informó que habían perdido el rastro de mis progenitores, por lo cual el estado se encargaría de mi formación. En 1956 logré encontrar indicios de mi familia, probablemente habitando en Bogotá ─Colombia─.
Viajé a éste país y descubrí que mi familia fundó una empresa contable, en la que trabajaron hasta 1944, año en que fueron conducidos a un campo de concentración en Fusagasugá. Me dirigí a ésta población para averiguar sobre dicho campo y lo ocurrido a quienes fueron recluidos allí. Aquí comparto el resultado de mi investigación.
Mi llegada a Colombia
En julio de 1956, después de diez años de haber terminado mi instrucción en la escuela internado de Potsdam ─ubicada cerca de Berlín─, emprendí el viaje que cambiaría mi vida. Tras la derrota de Alemania, viví con mis abuelos, intentando reconstruir algo de lo perdido. Cuando por fin reunimos el dinero suficiente, partí hacia Colombia con un propósito claro: descubrir qué había ocurrido con mis padres y mi hermana.
Ellos vivieron el exilio después de que miembros de las SS intentaran detener a mi padre, acusado de usar su profesión de contador para ocultar dinero judío. Ese dinero, según sospechaban, se empleaba para ayudar a perseguidos en su huida y entorpecer operaciones nazis. Grupos aislados de resistencia interna luchaban en secreto contra el régimen, y mi familia, al parecer, había pagado el precio por estar del lado correcto de la historia.
Llegué a Cartagena en barco y viajé por tierra hasta Bogotá. Allí, en la embajada de mi país, me informaron algo inesperado: mi familia había sido enviada a un campo de concentración, ubicado en el hotel Sabaneta de Fusagasugá. Sin perder tiempo, me dirigí a ese lugar.
El hotel Sabaneta
El hotel era una construcción espléndida, levantada en la década de 1920. En su época dorada, había sido el refugio predilecto de políticos y figuras notables. Rodeado de un paisaje envidiable, contaba con una torre para abastecimiento de agua, jardines idílicos, una enorme piscina, un amplio comedor y algunas casas adyacentes, diseñadas para ofrecer comodidad y lujo a sus distinguidos huéspedes.
Pero durante la Segunda Guerra Mundial, este paraíso cambió de rostro. Colombia, aliada de los países que luchaban contra el Eje, decidió transformar el hotel en un campo de concentración. Era una muestra de cooperación con los aliados, especialmente con Estados Unidos. Allí se recluía a quienes se consideraban "sospechosos" y dignos de vigilancia estricta.
¿Cómo se vivía allí?
El administrador del hotel apenas recordaba detalles, pero me dirigió a Rote Leber, un alemán que, tras la guerra, había decidido quedarse en Fusagasugá con su familia. Lo encontré en una casa pintoresca, a cinco kilómetros del casco urbano. Aunque al principio se mostró desconfiado, su actitud cambió al saber que era hijo de Bergen y Charlotte Meyer.
Durante el almuerzo que compartí con la familia Leber, el pasado cobró vida. Rote relató cómo los extranjeros considerados "sospechosos" eran llamados a recluirse en Fusagasugá. Debían pagar su estadía, no podían salir del recinto, ni usar teléfonos o radios. Las visitas estaban restringidas a horarios específicos: únicamente los jueves y los domingos. Podían vivir con sus familias, ya fuera en el hotel o en pequeñas casas adjuntas, pero siempre bajo la atenta vigilancia de la policía, que los observaba desde una torre.
Las restricciones, aunque no insoportables, resultaban desalentadoras. Muchas de sus propiedades habían sido confiscadas, y los días transcurrían lentos, sumidos en el tedio. Los alemanes jugaban ajedrez o trabajaban en un taller de carpintería que improvisaron en el terreno. Los japoneses, por su parte, cultivaban peces dorados y plantas ornamentales, mientras que los pocos italianos presentes llevaban una vida discreta.
¿Por qué ocurrió esto?
En 1942, Colombia declaró la guerra a Alemania, Italia y Japón, en respuesta a las acciones ofensivas de buques alemanes en el Caribe, que habían hundido tres goletas colombianas. El hundimiento de un submarino nazi cerca de San Andrés, reportado en marzo de 1944, fue visto como una reivindicación nacional. En ese contexto, el gobierno decidió arrestar a más de cien ciudadanos alemanes, japoneses e italianos, creando un fideicomiso, el Fondo de Estabilización Nacional, para administrar los bienes confiscados.
El destino de mi familia y el del submarino nazi
Gracias a los Leber, encontré la dirección de mi madre en Bogotá. Nuestro reencuentro fue agridulce. La felicidad de verla viva se mezcló con el dolor de saber que mi padre, lejos de ser deportado a Alemania como le habían prometido tras su liberación del hotel Sabaneta, había sido enviado a un campo de concentración en Estados Unidos, donde falleció.
Sobre el submarino nazi, años después se descubrió que no fue hundido como se creyó. El U-154 había simulado su destrucción, expulsando aceite y basura para engañar a sus perseguidores. Este truco, común entre los submarinos alemanes en el Caribe, les permitió escapar de sus cazadores, dejando un capítulo de la historia sumido en el misterio.